Combate Naval de Jambelí - Día de la Armada Nacional
El 25 de julio
de 1941 un grupo de valientes marineros ecuatorianos al mando del
entonces teniente de Fragata Rafael Morán Valverde libró una de las
batallas que se convertiría en uno de los episodios más gloriosos de
nuestra historia.
Julio veinticinco, mar y viento
medio sol, luz y cielo;
las olas saltarinas y salobres
y la brisa salobre, mar y viento...
Surcaba el Calderón, viejo y bravío
las jarcias y las velas en acecho;
los hombres y las piezas son lo mismo,
la sola voluntad hecha de fuego.
Y están las aguas bravas y salobres
y el mangle está mirando con recelo;
y sigue el Jambelí su largo estero
en música incansable de reflejos,
con rumbo a Punta Arenas escarbando
con su proa, cristales en su lecho.
Un grito cual petardo lo estremece
y se adentra hasta el nervio más secreto,
por estribor nos vienen al encuentro:
es una nave señorial y austera
potencia desusada de un Imperio
con andar más veloz y amenazante
armada con cañones y torpedos,
y con bombas, granadas y metrallas
y con muchos soldados marineros.
Milenario cetáceo de armadura veinte veces mayor que el Cañonero;
rompe su silencio de horizontes,
su voz es llama, su color de fuego.
Sacude el zafarrancho las arterias
se estremece el hombre en cada puesto
se inicia la respuesta paso a paso
con la visión satélica del fuego.
Se estremecen las aguas en bravura;
el mangle está mirando con recelo
la danza elíptica de Calderón en viento.
Llevan sus hombres como vela roja
el corazón más grande que su pecho.
La nave pequeñita y solitaria
se encabrita y le ruge, cuerpo a cuerpo;
fulge el rayo dorado de Atahualpa
desde al ancla hasta el último instrumento.
Y lo impacta y lo daña y avería;
se quiebra la arrogancia del destructor alevo
y sigue el Jambelí su largo paso
en música incansable de reflejos.
Ni una astilla arrancada, ni una baja
y ni un rasguño tiene el Cañonero,
mientras el otro cual cetáceo herido,
la visión desteñida de un Imperio,
huye al lejano gris de los refugios
donde se topa el agua con el cielo.
Va encorbado a babor dando crujidos
cubierta la cubierta por los muertos.
El cóndor brilla en límpido retablo
deteniendo en el mástil su aleteo...
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